¿Por qué?
¿Por qué han existido tantos escritores que fueron abogados, o estudiaron para serlo, y abogados aspirantes a escritores? ¿Cuál es el hilo invisible que une derecho con literatura?
Esas preguntas me han rondado la cabeza por años como si de una cuestión existencial se tratara. Sospecho que esta fijación se debe a que el derecho y la literatura han sido respectivamente el foco de mi actividad profesional y una afición apasionante que me ha acompañado por muchos años.
Todo eso es lo que me ha llevado a escoger Derecho y Literatura como el nombre de esta página a cuya creación me animó principalmente el deseo de tener reunidos mis trabajos en un lugar accesible. Ya inmerso en el proceso de dar forma al portal cibernético, surgió la idea de complementarlo con un blog desde el cual publicar esporádicamente sobre cualquier tema de mi interés.
Volviendo a la conexión entre el derecho y la literatura, tema que será recurrente en esta página, el asunto ha sido planteado de modo especialmente provocador por Kathy Eden, profesora de Columbia, en su erudito libro Poetic and Legal Fiction in the Aristotelian Tradition (Ficciones poéticas y legales en la tradición aristotélica). Según Eden, quien fue mentora de la puertorriqueña Carmen Rabell (QEPD), profesora del Departamento de Literatura Comparada de la Universidad de Puerto Rico de quien tuve la dicha de ser alumno, tanto juristas como escritores realizan su oficio recurriendo a ficciones.
En el caso de quienes se dedican a la abogacía, esto ocurre cuando el ordenamiento -ej. una ley o la constitución- no provee una solución clara para un caso específico. En esas circunstancias, los jueces, con la “complicidad” de los abogados de las partes, se embarcan en un ejercicio de ficción o ficcionalidad al pronosticar qué hubiera determinado la legislatura, o en su caso la asamblea constituyente, si hubiera considerado ese problema concreto.
En ese tipo de casos, los tribunales fundamentan su decisión en el pronóstico sobre una voluntad política probable, pero inexistente; es decir, los jueces imaginan qué habrían dicho los políticos en ese artículo de la ley o de la constitución que no escribieron y proceden a redactar su decisión cual escritor que, tras preguntarse qué hará su personaje, sigue adelante con el relato. La diferencia fundamental es que la narración del jurista debe partir de unas fuentes jurídicas tasadas y su decisión fundarse en una noción de equidad; sin embargo, lo que acerca especialmente al jurista y al escritor es que en esos “casos difíciles” las fuentes jurídicas no dictan un resultado determinado, lo que permite al jurista insertar de manera prominente su sensibilidad y creatividad cualesquiera que estas sean.
Las profundas reflexiones de la profesora Eden arrancan de la teoría literaria, pero permiten explicar claramente por qué las clases políticas -puertorriqueña, estadounidense y de más allá- intentan controlar los tribunales a pesar de que en el discurso público tradicional se suele hablar de una pretendida separación entre el derecho y la política. Responder a la pregunta de qué habría decidido un político confrontado con un problema jurídico es por definición un asunto político. De ahí que los poderes Ejecutivo y Legislativo quieran asegurarse de nombrar jueces -especialmente del Tribunal Supremo- que se les parezcan lo más posible: es decir, seres humanos que reproduzcan su visión particular del mundo habida cuenta de que, “en los casos difíciles”, será el juez quien tenga la última palabra. Aunque teóricamente podrían enmendarse la constitución o las leyes para atender el asunto, lo primero casi nunca ocurre porque el procedimiento es muy complejo, y lo segundo tampoco suele ocurrir porque la clase política tiende a esquivar las preguntas difíciles ya que suelen costar votos. Ello así, los jueces efectivamente tienen la última palabra en “los casos difíciles” como el escritor que decide cuál es el final de la historia.
A un nivel superficial, pero no menos trascendental, la conexión entre el derecho y la literatura viene dada también por aquello que describe el ya inmortal Carlos Ruiz Zafón en la cita que es portada y emblema de este portal cibernético:
“Todo está hecho de palabras y de lenguaje. . . Incluso los sofismas de un abogado”.
Carlos Ruiz Zafón, El laberinto de los espíritus (énfasis mío).
Reitero lo dicho en la página inicial de este sitio de internet: ojalá encuentres aquí algo de tu interés y sientas que valió la pena leerme.
Pedro Cabán Vales.
19 de febrero de 2025.